Él enfureció y enloqueció. No soportó la idea de perder el juego.
Ella no asimilaba su propio criterio, y se descolocó por un tiempo. Se sacó sola del medio. Se refugió en su poco entendimiento.
Él la percibió pero no logró observarla con detenimiento, ni oirla, ni olerla, ni mucho menos escucharla. Sólo oyó su soledad tocando a la puerta.
Eso, tristemente, determinó el rumbo definitivo del todo...
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