jueves, 27 de noviembre de 2008

Errare humanum est


"Nena, nena..." Nena.
Como una nena. Como un adolescente que no sabe decir, que no sabe hacer. Paralizo. Respiro. El caos. Otra vez la misma nada. La lágrima asoma. La radio conversa conmigo. No la escucho, no la veo. Sólo escucho ecos de lo que dije, de lo que fue. Recuerdo aquel día. El sonido del celular. El mensaje. La palabra que nada dice. La nada que todo lo puede.
Recuerdo no pensar ni sentir. Sólo hacer, actuar. El impulso a responder. El momento en blanco.
Vuelvo a aquella noche. Tu rostro, tu lágrima que tarda en asomar. Tus miles de no. Tus cuchillos en mi pecho. Tu desprecio. Lo recuerdo y me estrujo de nuevo. Necesito aire, no puedo respirar. No quiero comer ni dormir. Ya no quiero pensar. Me tortura.
Mi mente recorre pasillos negros, y algunas veces veo la claridad. La del recuerdo del ayer. De la mejor noche de nuestras vidas, pero también la peor. Quisiera borrarla. Lo intento. El tiempo, maldito hechicero.
Quiero salir de acá, volver a mi vida anterior. Pero no. Ahí no. Ahí no. Quiero crecer. Quiero huir. Quiero saltar. Quiero llorar. Veo tu espalda. Tus pies alejándose. Tus pasos resuenan. Retumban. Tu ácido despertar. Tu pregunta. Mi respuesta. Los gritos. El llanto. La nada. El dolor. Cuánto dolor, cuánto.
Y ahí está latente el error. Ahí está torturando a mi conciencia. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Para qué?
Cometi un error. Lo hice. Quiero remendarlo y no puedo. Quiero que sea el amor el que gane esa pelea. Pero gana el odio. Ganan las opiniones ajenas. Ganan los de afuera. Gana lo superfluo. Gana lo que no es importante.
No gana el sentir. Gana el decir.

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