martes, 6 de noviembre de 2007

Viajar es mi ritual

Y no sólo el viaje cuerpéreo. Viaja todo. Algunas cosas no vuelven. O eso voy a intentar. Voy a tratar de dejar algo de mí allá, para poder sentir que puedo tomar cosas nuevas de acá.
Voy a cargarme allá lo que acá no encuentro. Como una balanza de lo necesario y lo dispensable. Je. Que palabra rara. Me hace ruidos en la cabeza. Así como una bola acuadrada de sufijos y prefjos que se ríen de mí por haberlos pasado por alto. -No se amotinen, chicos- les digo. Pero me ignoran. Me hacen rabiar y mi mano tiende a dibujar una gran nube de humo para que se esfumen, y me dejen terminar de escribir. Objetivo cumplido. Desaparecieron. Y aca voy otra vez. A la carga.
Volvamos al viaje. Al del jueves.
Viajar es un ritual para mí.
No puedo vivir sin viajar. Disfruto mucho de imaginar qué lugares voy a recorrer, sobre todo cuando visito una ciudad o pueblo conocido. Deliro pensando en toda esa gente que me voy a cruzar, en los intercambios de información. Viajando aprendí la importancia de conocer-nos. De saber quienes somos, de donde venimos. Y una vaga idea de hacia dónde vamos también ayuda. Viajando descubrí que esta tonada que solía molestarme tanto, es un cántico con el que puedo conseguir muchas cosas y muy buenas. Al moverme de ciudad en ciudad puedo sentir ese vuelco de nostalgia que invade cada rincón histórico. Al llegar a un nuevo lugar vuelvo a entrecruzarme con los mismos miedos, inquietudes, ansias... Al subir al colectivo capto cada momento del recorrido para no olvidar hacia dónde voy. Ni de dónde vengo. Al bajar tomo aire, para llenar mis pulmones de la energía que envuelve a mi momentánea estadía. Para estar al tono con la magia local.
Hace mucho que no viajo.
Viajar es un ritual para mí. No importa cuán lejos, o cuánto tiempo vaya. Viajar es viajar. Viajar no importa el motivo del viaje, ni el rumbo. Al norte o al sur, el rito se sostiene a través del viento. Cuando se detiene, queda en forma de humo en mi nariz, para que no me olvide de cúanto me gusta viajar. Cada bocanada de aire se contamina con esa incomodidad de no viajar. Y justo cuando empiezo a acostumbrarme a no viajar, un nuevo destino se hace visible. Y posible. Y ahí voy otra vez. Como ahora.
Viajar es un ritual para mí.
Buenos Aires. Ciudad que no duerme. Ciudad del arte, y la lucha. Ciudad del hambre y la avaricia. Ciudad del ego y del credo, del río y el asfalto, del parque y la avenida. Cuna de mis emociones y mis anhelos, de mis pasados, mi presente y mi ansiado futuro. Lazo de amistad. Madre de los domingos a la tarde. Dueña de mi consternación. Allá voy.
El ritual empieza hoy, cuando de a poco puedo saborear las 11 horas de viaje que en unas cuantas horas se hacen realidad.
Viajar es un ritual, es mi único ritual.

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